Entrada triunfal a Jerusalén, obediencia de Jesucristo, para salvación del hombre pecador. Mateo 21:1-11
Jesús obedece la profecía: Esta profecía se escribió, aproximadamente 500 años antes del nacimiento de Jesús. Zacarías 9:9 “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.”
Antes de su sufrimiento, derramando su sangre en la cruz, Jesús entró, cumpliendo la palabra profética de Dios (Zac. 9:9), en la ciudad de Jerusalén en medio de las alabanzas de la gente, proclamándole rey.
Así como Jesús obedeció la profecía de montar un borrico para entrar triunfantemente en Jerusalén, esta característica le siguió siempre, desde luego frente a la cruz. (Mateo 11:29 “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”)) Jesucristo también fue obediente hasta la muerte, cumpliendo así con la voluntad del Padre (Mateo 26:39,42 – En Getsemaní).
Un hecho relevante de este relato lo encontramos en Mateo 21:9: “Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: Hosana al hijo de David. ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”
Sin embargo, algunos israelitas ignorando la naturaleza del reino de Dios, esperaban ser libertados del Imperio Romano, por esto, muy pronto las alabanzas de “hosanna” en los labios de los judíos, desaparecieron, y unos días más tarde comenzaron a vociferar: “¡Sea crucificado, sea crucificado!”
La reflexión sería: Nuestra alabanza y veneración permanente a Dios, ¿están fundadas en los hechos de la naturaleza humanista, social y cultural, o con base en el sacrificio de Jesucristo que derrama su sangre para remisión de nuestros pecados?
Otro asunto interesante de este relato de la entrada de Jesús, como rey, a Jerusalén, es que los israelitas decían a coro, tendiendo sus mantos sobre el camino: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!” (Juan 12:13). Pilato, el dirigente romano escribió una leyenda sobre la cruz de Jesucristo, Juan 19:19 “Escribió también Pilato un título, que puso sobre la cruz, el cual decía: “Jesús nazareno, rey de los judíos”. Una prueba clara de que Jesús vino como rey está en el hecho de que la gente le tendió sus mantos en el camino. Podemos ver en 2º Reyes 9:13 que el pueblo puso sus mantos debajo de Jeus cuando él fue hecho rey de Israel.
En Lucas 19:35 se refiere a los discípulos que prepararon la entrada de Jesús a Jerusalén, “…..y habiendo echado sus mantos sobre el pollino subieron a Jesús encima.”. Este hecho evidencia someterse a la autoridad de Jesús como rey.
Por tanto, Jesucristo es Rey. Rey por derecho de nacimiento eterno, pero también por derecho de conquista, de redención y de rescate.
Si reconocemos que Jesús es rey, debemos someternos a él cómo súbditos de un rey benevolente, si decimos que Jesús es rey nos debemos a nuestro Rey.
Jesús recorre el camino a Jerusalén. Y a su paso encuentra dos tipos de personas. Los unos, lo aclaman como enviado de Dios y tienden sus mantos a su paso en señal de reconocimiento y reverencia (19:35-37). Los otros, miran recelosos a la distancia y le piden a Jesús que acalle a sus discípulos (19:38). Reflexión, ¿Cuál es nuestra posición personal?
Jesucristo es Rey con un poder diferente al poder humano. Marcos 2:15-17. Vino a salvar a los enfermos y pecadores y no a los sanos. El poder de Dios opera en forma diferente, con diferentes valores, al poder del hombre. Marcos 12: 15-21 relata al hombre rico que almacenó dinero por codicia y avaricia, por amor a lo material. Esta no es la riqueza del reino de Dios.
¿Conocemos el tiempo de Dios? ¿Nos hemos enfrentado cara a cara a Jesucristo? ¿Nuestro cuerpo está dispuesto a ser limpiado de toda corrupción para que sea casa de oración?
Que la paz de Dios inunde tu alma, tu corazón, porque será entonces, la paz de Jesucristo.
Deja a un lado el miedo que está consumiendo tu carne. Deja que se pare la confusión por completo. Deja la ansiedad, deja la frustración. Conoce al Príncipe de Paz, y para verlo en una manera muy, muy personal. Deja que sea calmada la tormenta en tu corazón. Pronuncia: ¡Hosanna! ¡Sálvanos! Que la seguridad de que Jesucristo nos salva ahora, nos lleve a pronunciar, reclamando la promesa: “Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre: pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Juan 16:24).